LAS RUINAS. Arte en la era posmoderna

Tu le connais, lecteur, ce monstre délicat,
Hypocrite lecteur, - mon semblable, - mon frère!

Charles Baudelaire

Nos encontramos en un momento transcendental para la historia del arte. Así como lo fue el siglo XIX, siglo nietzscheano en el que “Dios” comenzó a morir de verdad cuando sus cualidades se trasladaban a la figura del pintor o del escultor virtuoso, así, el arte mismo pasó a convertirse en un sustituto de la experiencia religiosa. Y mientras esto sucedía, el arte fue utilizado como el emblema de la realeza y la burguesía con el cual se decoraba pomposamente el estatus; para que luego de tantos manifiestos teóricos, un grupo de artistas afirmara que el arte existía sólo para sí misma (un arte autónomo), teoría que apoyaba la crítica formalista que abolía toda comprensión del arte desde sus funciones narrativas al servicio de la sociedad.

En una conversación imaginaria entre un artista y un científico en el libro Opinions Litteraires de Henri de Saint-Simon, el artista afirmaba que "somos nosotros los artistas quienes les serviremos a la vanguardia” reclamando para su labor una función casi sacerdotal: "El poder de las artes es, en efecto, muy inmediato y muy rápido: cuando deseamos esparcir nuevas ideas entre los hombres, inscribimos en mármol o sobre la tierra”. La figura del artista que plantea Saint-Simon como servidor de su tiempo por medio de las ideas, una vez que se traslada a la actualidad, resulta una función a veces peligrosa, si tenemos presente por ejemplo que las ideas de algunos artistas contemporáneos presentan una cantidad de banalidades soportadas por unos discursos que parecieran han logrado perpetrar la falta de rigor y la mediocridad en el arte.

La noción del artista como “Rock Star” aparece en los años 60´s, y a partir de ese momento comenzó a estimarse con el mismo fervor que tenía el rezo de un religioso de la orden franciscana, que el arte no se hacía ni siquiera para el arte mismo (arte por el arte) sino que debía estar al servicio de los mismos artistas como un alimento para su vanidad y su ego; en consecuencia, surgieron centenares de “estrellas mundiales”. Así pues, la figura del artista estrella estuvo encabezada por Andy Warhol (1928 -1987) para quien todo hombre era una potencial obra de arte, discurso que estuvo en concordancia con las nociones sobre arte y artista del siempre bueno y moralizante Joseph Beuys en Alemania (1921-1986) para quien humildemente todo hombre era un artista. Así, progresivamente, con un tapete de nombres y mitos, arrancada de todo su poder transformador y de toda su “aura”, el arte contemporáneo se ha convertido en una mofa del arte mismo, en la simulación de lo que en su momento fue una virtud que exaltaba la voluntad creadora de quienes serían los visionarios del mundo. En efecto, nos encontramos en un momento importante para la historia porque jugueteamos sobre las ruinas del pasado que fue; algunos intentan dar sus pasos con coherencia y otros utilizan el populismo, la ignorancia, la superficialidad y la bufonería como un método enfocado a producir imágenes/objetos de inmediata satisfacción visual. La mirada del espectador está dirigida por el confort gregario de unos intereses puramente “estéticos” erróneamente llamados “artísticos” desarrollados por y para fundamentalmente el ego y el mercado. ¿Cuál será el saldo de la juventud artística actual después de tantos estragos históricos en un sistema donde los lastres ideológicos de los espejismos que dejaron los siglos pasados, son impulsados por las academias de arte, las cuales, inyectan una sobredosis de mitos y falsedades en la mente pueril de quienes se dicen, serán los llamados para el arte del mañana?

Úrsula Ochoa

Maestra en Artes Plástica

Columnista de arte.